La familia como fuente de amor y solidaridad
Es importante subrayar que el niño
discapacitado no debe constituir un «peso» para sus padres o para sus hermanos
y hermanas. Cuando este niño es acogido como hijo o hermano, dentro de su
familia, el mismo amor hace que las dificultades resulten ligeras, soportables
e incluso fuente de esperanza y de alegría espiritual.
La familia como educadora del discapacitado
La responsabilidad de la educación de
todos los hijos, incluidos los discapacitados, corresponde a la familia.
El compromiso principal de los cónyuges en
esta labor de educación del hijo discapacitado consiste en mantener vivo el
amor en su vida conyugal y en inculcarlo a todos sus hijos. El niño, en su
familia, debe sentirse amado, buscado, valorado por sí mismo, en su realidad
irrepetible..
La comunicación entre los cónyuges es
fundamental para sus hijos. Estos aprenden y viven en su dimensión personal,
participando en la comunicación entre sus padres, y comunicándose entre sí con
una naturalidad que deriva de la misma naturalidad de la relación filial.
La familia no puede renunciar a esta
responsabilidad y no debe permitir que otras instituciones -educadores,
administradores, agentes sanitarios y sociales- la asuman en la educación del
hijo discapacitado.
Actitudes
negativas y positivas.
Hay varias actitudes que los padres deben
evitar para un mejor desarrollo de su hijo discapacitado. Hemos dialogado sobre
algunas:
- La primera actitud negativa es
el rechazo, la negación de la realidad. Este rechazo nunca es
totalmente abierto, pero se vislumbra a través de las explicaciones que los
padres tratan de dar a su mala suerte. En efecto, de forma inconsciente, se
sienten culpables del resultado y tratan de echar la culpa a otros.
- Otro comportamiento negativo
es el temor: se refiere a un peligro imaginario y pone de manifiesto
la incapacidad de una persona de afrontar la realidad. Este temor va acompañado
de una incapacidad para tomar decisiones, para adaptarse a la nueva situación,
para buscar los medios necesarios a fin de resolver las dificultades.
- Menos conocida, pero no menos
negativa, es la actitud de superprotección del hijo discapacitado. A
primera vista, esta actitud muestra una loable solicitud y dedicación a ese
hijo. Pero los padres, al hacerlo todo en vez del hijo, le impiden cualquier
grado de autonomía.
- Por último, la actitud de resignación
es también negativa, porque impide a los padres asumir una actitud positiva,
activa, hacia el hijo discapacitado, y por consiguiente entorpece el desarrollo
del niño hacia la autonomía.
Cuando los padres aceptan la realidad
de la discapacidad de su hijo empiezan a tener la posibilidad de ser felices en
su prueba. Cuando los padres se muestran alegres a pesar de las dificultades de
su situación, pueden hacer feliz a su hijo, cualquiera que sea su discapacidad.
La
ayuda que los padres deben recibir de los profesionales
Para poder cumplir la misión de educar a
sus hijos, la familia necesita recibir de profesionales que se ocupan de los
niños discapacitados la información y la ayuda adecuada a su condición. Los
profesionales pueden y deben ayudar a los padres a salir de su bloqueo
afectivo, para afrontar con realismo su situación.
El papel de los médicos consiste en ayudar
a esta familia a encontrar la actitud correcta frente al hijo discapacitado.
Por esto, los médicos y los especialistas tienen el deber de comunicar a los
padres los conocimientos y adquisiciones relativos a la discapacidad de sus
hijos. Deben hacerlo con espíritu de servicio y solidaridad, de modo humano,
usando un lenguaje accesible e inteligible, con paciencia y comprensión, y con
plena honradez profesional.
La familia necesita un apoyo adecuado por parte de la comunidad. Aunque la familia es indispensable para acoger al hijo discapacitado y para educarlo, no podrá conseguir con sus solas fuerzas resultados plenamente satisfactorios. Aquí se abre el espacio para la intervención de asociaciones especializadas y para otras formas de ayuda extra familiar, que aseguren la presencia de personas con las que el niño pueda instaurar relaciones educativas.
La familia necesita un apoyo adecuado por parte de la comunidad. Aunque la familia es indispensable para acoger al hijo discapacitado y para educarlo, no podrá conseguir con sus solas fuerzas resultados plenamente satisfactorios. Aquí se abre el espacio para la intervención de asociaciones especializadas y para otras formas de ayuda extra familiar, que aseguren la presencia de personas con las que el niño pueda instaurar relaciones educativas.
Esos sistemas de ayuda son aún más
necesarios en los momentos críticos de la vida familiar, cuando la convivencia
en la familia resulta difícil, si no imposible.
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