Aunque existen motivos de
preocupación por lo que respecta a la capacidad actual de nuestra sociedad de
acoger al discapacitado, también encontramos motivos de esperanza e impulso a
la acción positiva en recientes desarrollos de los conocimientos médicos,
neurológicos, pedagógicos y educativos en relación con los discapacitados. La
demostración de la «plasticidad cerebral», es decir, de la posibilidad de
recuperación y desarrollo del cerebro a pesar de un defecto, de una lesión de
los centros superiores del cerebro, nos hace esperar un buen futuro para
nuestros hijos discapacitados. La ciencia neurológica ha puesto de relieve que
en el cerebro, durante los primeros años de vida, las relaciones que serán
responsables de muchas funciones importantes del cerebro, como las emociones,
la memoria y el comportamiento, siguen desarrollándose.
Asimismo, diferentes estudios han
demostrado que la comunicación no verbal entre el adulto responsable del
cuidado del niño (por lo general, la madre; pero este papel puede ser asumido
por cualquier adulto cercano al niño) y el niño mismo tiene un influjo importante
en el desarrollo de esos procesos mentales.
Un aspecto que merece destacarse a este
propósito es la importancia, hoy reconocida, que tiene la adquisición -es
decir, la «cultura»- con respecto al dato biológico -es decir, la «naturaleza»-
en el desarrollo de la personalidad. Lo que en el nacimiento recibimos como
predisposición, de ningún modo determina la formación de nuestra personalidad,
nuestro comportamiento. Las «propensiones», aunque influyen, no impiden el
desarrollo de las virtudes.
Este mensaje de las ciencias humanas es
claramente positivo, pues garantiza la posibilidad de un desarrollo personal y
moral del discapacitado mental.
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